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Immanuel Kant: ¿qué pensó? (8/8)

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El desarrollo de la ética kantiana se encuentra desarrollada en la Crítica de la Razón Práctica, una obra en la que el filósofo recupera desde la perspectiva práctica (del obrar) algunos conceptos que la razón teórica no pudo defenderse de lograr, al momento de estar sentada en el banquillo de los acusados. Algo sí es cierto, dicha recuperación de términos, tales como el bien supremo y Dios, pasan de la trascendencia del ser humano (de estar más allá de su ámbito), a la propia inmanencia como parte de la propia estructura formal del obrar.
Es interesante notar que Kant en algún punto ubica en su lugar a la razón con pretensión moderna de conocer toda la realidad, incluso lo relativo con lo noúmeno, y resalta las funciones de la voluntad del ser humano. De alguna manera, el autor eleva a las capacidades de la razón práctica, y ubica en su justo lugar, las capacidades de la razón teórica. De hecho, será tanto el acento en la primera, que por momentos, da la sensación de que es esta la característica fundamental del ser humano que lo terminará distinguiendo del resto de los animales. Es la razón, sí, pero la razón práctica la que parecería ser la que posibilita al ser humano ser más ser humano. En otras palabras, el ser humano parece ser auténticamente más ser humano gracias al ejercicio libre de su voluntad, y no tanto por las capacidades atribuidas a la razón teórica.
De hecho, tiene sentido pensar que si ya la razón teórica ha sido juzgada como incapaz de conocer lo que los antiguos y medievales llamaron ousías, causas, esencias, lo divino o Dios, también haya perdido su lugar de privilegio. Es como si el ser humano se dijera a sí mismo: “ya que no puedes conocer lo más esencial de la realidad, confórmate con pretender cambiarla y obrar sobre ella”.
Si en la Crítica de la Razón Pura la pregunta desde la filosofía crítica estuvo en investigar por las condiciones de posibilidad de las potencias de conocimiento sensible y racional; en la Crítica de la Razón Práctica, el acento va a estar en las condiciones de posibilidad del obrar humano.
Primero habrá que preguntarse si se puede conocer el bien, en caso posible cómo se lo puede conocer; y en última instancia, si se puede conocerlo y se encuentra la forma de hacerlo, cómo se debe obrar para obrar según el bien. A la manera de anticipo: obramos bien, si obramos según el dictado de nuestra conciencia; obrar de otra manera, o en contra de nuestra conciencia, sería obrar mal. El acento, ya no estará puesto el bien como algo material (no es tal o cual cosa, sea visible o invisible); sino en el bien como algo formal (en el modo de proceder de nuestro obrar). Desde Kant en adelante, será muy común considerar que obrar bien será proceder bien en el obrar, y no, que nuestro acto alcance algo bueno (la felicidad, el placer, etc). El acento está puesto en cómo debe (imperativo) obrar la voluntad para obrar bien.
Es en este sentido que Kant va a referir que la ley moral no puede mandar otra cosa a la voluntad, que proceder según una máxima que pueda valer para todos. Es una ética formal, una ética del cómo proceder, no del qué se procede a hacer para buscar algo que se considere el bien último. Para el autor, “la ley moral es, en cambio, un imperativo categórico, que no tiene como punto de mira ningún objeto, ningún fin determinado, sino sólo la conformidad de la acción con la ley” (Abbagnano, 1994, p. 455). Se agrega:
“La fórmula del imperativo categórico es entonces la siguiente: "Obra de manera que la máxima de tu voluntad pueda servir siempre como principio de una legislación- universal." Esta fórmula es la ley moral; Vale para todos los seres racionales, tanto finitos como infinitos; pero únicamente para los hombres es un imperativo porque en el hombre no se puede suponer una voluntad santa, esto es, tal que no sería capaz de una máxima contraria a la ley moral. Para los seres finitos, la ley moral es, pues, un imperativo y manda categóricamente, porque la ley es incondicional” (p. 455).
Es interesante notar que Kant en algún punto ubica en su lugar a la razón con pretensión moderna de conocer toda la realidad, incluso lo relativo con lo noúmeno, y resalta las funciones de la voluntad del ser humano. De alguna manera, el autor eleva a las capacidades de la razón práctica, y ubica en su justo lugar, las capacidades de la razón teórica. De hecho, será tanto el acento en la primera, que por momentos, da la sensación de que es esta la característica fundamental del ser humano que lo terminará distinguiendo del resto de los animales. Es la razón, sí, pero la razón práctica la que parecería ser la que posibilita al ser humano ser más ser humano. En otras palabras, el ser humano parece ser auténticamente más ser humano gracias al ejercicio libre de su voluntad, y no tanto por las capacidades atribuidas a la razón teórica.
De hecho, tiene sentido pensar que si ya la razón teórica ha sido juzgada como incapaz de conocer lo que los antiguos y medievales llamaron ousías, causas, esencias, lo divino o Dios, también haya perdido su lugar de privilegio. Es como si el ser humano se dijera a sí mismo: “ya que no puedes conocer lo más esencial de la realidad, confórmate con pretender cambiarla y obrar sobre ella”.
Si en la Crítica de la Razón Pura la pregunta desde la filosofía crítica estuvo en investigar por las condiciones de posibilidad de las potencias de conocimiento sensible y racional; en la Crítica de la Razón Práctica, el acento va a estar en las condiciones de posibilidad del obrar humano.
Primero habrá que preguntarse si se puede conocer el bien, en caso posible cómo se lo puede conocer; y en última instancia, si se puede conocerlo y se encuentra la forma de hacerlo, cómo se debe obrar para obrar según el bien. A la manera de anticipo: obramos bien, si obramos según el dictado de nuestra conciencia; obrar de otra manera, o en contra de nuestra conciencia, sería obrar mal. El acento, ya no estará puesto el bien como algo material (no es tal o cual cosa, sea visible o invisible); sino en el bien como algo formal (en el modo de proceder de nuestro obrar). Desde Kant en adelante, será muy común considerar que obrar bien será proceder bien en el obrar, y no, que nuestro acto alcance algo bueno (la felicidad, el placer, etc). El acento está puesto en cómo debe (imperativo) obrar la voluntad para obrar bien.
Es en este sentido que Kant va a referir que la ley moral no puede mandar otra cosa a la voluntad, que proceder según una máxima que pueda valer para todos. Es una ética formal, una ética del cómo proceder, no del qué se procede a hacer para buscar algo que se considere el bien último. Para el autor, “la ley moral es, en cambio, un imperativo categórico, que no tiene como punto de mira ningún objeto, ningún fin determinado, sino sólo la conformidad de la acción con la ley” (Abbagnano, 1994, p. 455). Se agrega:
“La fórmula del imperativo categórico es entonces la siguiente: "Obra de manera que la máxima de tu voluntad pueda servir siempre como principio de una legislación- universal." Esta fórmula es la ley moral; Vale para todos los seres racionales, tanto finitos como infinitos; pero únicamente para los hombres es un imperativo porque en el hombre no se puede suponer una voluntad santa, esto es, tal que no sería capaz de una máxima contraria a la ley moral. Para los seres finitos, la ley moral es, pues, un imperativo y manda categóricamente, porque la ley es incondicional” (p. 455).