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El archivo secreto del Vaticano, al descubierto gracias a la inteligencia artificial
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Lo mejor de los secretos es que, hasta que salen a la luz, se ubican en el territorio de lo fabuloso. Cualquier conjetura es posible, desde la más fútil a la más extraordinaria. Y cuanto mayor es la seguridad que rodea al secreto, más posibilidades hay de que alguien invente una historia fantástica, casi siempre sin base alguna. Un secreto no revelado es siempre más interesante porque no defrauda. Y si la institución a la que atañe es ya de por sí terreno abonado para las conspiraciones, con una historia milenaria detrás solo a medias conocida, estamos ya en el campo de la ficción, que no es más es que la otra cara de la realidad.
Durante siglos el Archivo Secreto del Vaticano ha sido uno de los lugares más misteriosos del planeta. Sus 85 kilómetros de estanterías situadas en un búnker bajo el Cortile della Pigna en los museos vaticanos guardan doce siglos de documentos de la iglesia católica, algunos de ellos tan importantes como las actas del proceso contra Galileo Galilei o el pergamino por el que se disolvió la orden del Temple. Incluso ahora que los archivos están a disposición de estudiosos e investigadores y que la propia Iglesia se ha encargado de aclarar que el término secreto (del latín secretum) hace referencia al carácter privado de lo que allí se custodia (hay quien sugiere que la traducción correcta sería “archivo privado del pontífice”), todavía hay quien imagina que en esos viejos legajos se encuentran pruebas de la presencia de extraterrestres entre nosotros o la confirmación de que Jesucristo tuvo hijos y es posible identificar a sus descencientes. Todas esas especulaciones quedan reservadas para algún autor de bestsellers que aspire a suceder a Dan Brown. Pero secretos existen en el Archivo. Vaya que si existen... aunque no de la forma en que gustaría a los amigos de las teorías de la conspiración.
Lo que pocos saben es que uno de los motivos del secretismo de los archivos es su poca legibilidad. En su mayoría se trata de documentos antiquísimos, que jamás han sido digitalizados y cuyos originales están escritos en latín medieval. Es decir, que para consultar alguno de ellos habría que obtener permiso, desplazarse a Roma y revisar cada una de las estanterías para dar con lo deseado (eso en el supuesto de que ya se tuviera un conocimiento previo de la lengua). Una tarea para la que harían falta varias vidas. Ahora gracias a un programa de inteligencia artificial desarrollado por investigadores de la universidad de Roma Tre, esta labor puede facilitarse, ayudando a que se produzcan nuevas lecturas e interpretaciones de unos fondos muy relevantes para la historia mundial. Elena Nieddu, una de las investigadoras implicadas en Codice Ratio, nombre del proyecto, incide en el valor de los documentos puesto que muchos de ellos jamás han sido transcritos con anterioridad. Y revela que lo novedoso de su enfoque es que “utilizamos inteligencia artificial, en concreto machine learning y redes neuronales para reconocer caracteres individuales”. Una técnica que diferencia su proyecto del habitual OCR que reconoce palabras completas en lugar de letras. Nieddu trabaja junto a Paolo Merialdo, Donatella Firmani y Serena Ammirati, también de Roma Tres, Simone Scardapane de La Sapienza, y Marco Maiorino del Archivo Vaticano. A este equipo de especialistas se une un nutrido grupo de estudiantes de secundaria quienes, a través de una aplicación web desarrollada por los investigadores, ayudan a la identificación de los distintos caracteres para que la inteligencia artificial pueda aprender a distinguirlos por sí sola. Merialdo espera que su trabajo sirva para hacer estos documentos más accesibles a todo el mundo pero también, claro, “descubrir algo que hasta ahora los historiadores no hayan visto”. Tal vez uno de esos secretos que se merecen el título de serlo.
Entrevista y edición: Noelia Núñez | Cristina López
Texto: José L. Álvarez Cedena
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