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En el Principio • Samuel Barceló • (Lyric Video)
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Como fiel reflejo del prólogo del evangelio de Juan (1:1-5), este cántico traza aquel paralelo entre el Génesis y los Evangelios, por el cual reconocemos que Jesucristo es el Autor de la creación. Por medio de aquel Verbo divino, Dios ha creado todas las cosas. Su palabra creativa no es otra que la que el Hijo profiere (Marcos 4:39). Consciente de ello, el apóstol Juan afirma “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3). A través de los evangelios —sobre todo, los sinópticos—, el reconocimiento de Jesús como el creador es sutil y pictórico, es decir, los evangelistas describen su ministerio público y, con ello, los episodios en que se asoma el incuestionable poder divino de Jesús, el mismo que ha ejercido como creador del universo. Por eso lo vemos actuando como Señor de la creación: como el que domina las fuerzas naturales (Mateo 14:22-33), como aquel que convierte el agua en vino (Juan 2:1-12), aquel que controla las enfermedades (Juan 4:43-54; Marcos 2:1-12), la vida, la muerte (Juan 11:38-44) y hasta los poderes invisibles (Lucas 8:26-39). A la manera de los evangelios, En el principio proclama la divinidad de Jesucristo, el agente creador de Génesis 1 y el verbo encarnado de Juan 1 quien, al andar entre nosotros, nos reveló su ilimitado poder y total autoridad.
Por otra parte, apoyado en el mensaje unificado de la Escritura, este cántico sugiere que el evangelio ha puesto en marcha la nueva creación, como resultado de la obra redentora de Jesucristo, cuya sangre creó “un puente hacia el Padre”. Varios son los paralelos bíblicos que sustentan este hecho: Dios crea el orbe por su palabra (Hebreos 11:3) e, igualmente, nos hace renacer por su palabra (Santiago 1:18); él hizo la luz (Génesis 1:3) y, del mismo modo, iluminó nuestros corazones para comprender la gloria de Dios en la persona de su hijo (2 Corintios 4:6); Con Adán, Dios crea la humanidad y, análogamente, en Cristo —el postrer Adán (1 Corintios 15:25)—, conforma una nueva humanidad. Así, pues, Jesús es aquel que restaura todo el orden creado mediante su muerte y resurrección.
Desde un punto de vista formal, el himno se compone de dos estrofas con versos decasílabos de ritmo pausado y uniforme. Esta disposición vehicula con elegancia el contenido descriptivo referente a Jesús como el Creador. Luego, el coro irrumpe con una métrica irregular y con un ritmo raudo y alegre, acorde con la respuesta de alabanza congregacional frente a los hechos del evangelio versificados en la estrofa. En este sentido, el movimiento estrofa-coro representa muy bien las doxologías neotestamentarias, que surgen como incisos de adoración motivados por la grandeza del contenido doctrinal previamente expuesto (cf. Apocalipsis 1:4-6).
Dicho lo anterior, es clara la pertinencia de En el principio como cántico de adoración por la buena creación de Dios, por la deidad de Jesucristo y por la nueva creación que él ha logrado para gloria del Padre y para el bien de su pueblo.
Como fiel reflejo del prólogo del evangelio de Juan (1:1-5), este cántico traza aquel paralelo entre el Génesis y los Evangelios, por el cual reconocemos que Jesucristo es el Autor de la creación. Por medio de aquel Verbo divino, Dios ha creado todas las cosas. Su palabra creativa no es otra que la que el Hijo profiere (Marcos 4:39). Consciente de ello, el apóstol Juan afirma “todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3). A través de los evangelios —sobre todo, los sinópticos—, el reconocimiento de Jesús como el creador es sutil y pictórico, es decir, los evangelistas describen su ministerio público y, con ello, los episodios en que se asoma el incuestionable poder divino de Jesús, el mismo que ha ejercido como creador del universo. Por eso lo vemos actuando como Señor de la creación: como el que domina las fuerzas naturales (Mateo 14:22-33), como aquel que convierte el agua en vino (Juan 2:1-12), aquel que controla las enfermedades (Juan 4:43-54; Marcos 2:1-12), la vida, la muerte (Juan 11:38-44) y hasta los poderes invisibles (Lucas 8:26-39). A la manera de los evangelios, En el principio proclama la divinidad de Jesucristo, el agente creador de Génesis 1 y el verbo encarnado de Juan 1 quien, al andar entre nosotros, nos reveló su ilimitado poder y total autoridad.
Por otra parte, apoyado en el mensaje unificado de la Escritura, este cántico sugiere que el evangelio ha puesto en marcha la nueva creación, como resultado de la obra redentora de Jesucristo, cuya sangre creó “un puente hacia el Padre”. Varios son los paralelos bíblicos que sustentan este hecho: Dios crea el orbe por su palabra (Hebreos 11:3) e, igualmente, nos hace renacer por su palabra (Santiago 1:18); él hizo la luz (Génesis 1:3) y, del mismo modo, iluminó nuestros corazones para comprender la gloria de Dios en la persona de su hijo (2 Corintios 4:6); Con Adán, Dios crea la humanidad y, análogamente, en Cristo —el postrer Adán (1 Corintios 15:25)—, conforma una nueva humanidad. Así, pues, Jesús es aquel que restaura todo el orden creado mediante su muerte y resurrección.
Desde un punto de vista formal, el himno se compone de dos estrofas con versos decasílabos de ritmo pausado y uniforme. Esta disposición vehicula con elegancia el contenido descriptivo referente a Jesús como el Creador. Luego, el coro irrumpe con una métrica irregular y con un ritmo raudo y alegre, acorde con la respuesta de alabanza congregacional frente a los hechos del evangelio versificados en la estrofa. En este sentido, el movimiento estrofa-coro representa muy bien las doxologías neotestamentarias, que surgen como incisos de adoración motivados por la grandeza del contenido doctrinal previamente expuesto (cf. Apocalipsis 1:4-6).
Dicho lo anterior, es clara la pertinencia de En el principio como cántico de adoración por la buena creación de Dios, por la deidad de Jesucristo y por la nueva creación que él ha logrado para gloria del Padre y para el bien de su pueblo.
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