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TRAS ENTERRAR A SU ESPOSO, LO VE AÑOS DESPUÉS EN UN VUELO HACIA MÉXICO...
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TRAS ENTERRAR A SU ESPOSO, LO VE AÑOS DESPUÉS EN UN VUELO HACIA MÉXICO...
Anna Salazar sentía que la vida la empujaba de un lado a otro como el viento que balanceaba las alas del avión. Azafata desde hacía cinco años, había encontrado en los cielos una fuga de las dificultades en tierra. Con cada vuelo, sentía una breve sensación de libertad. Era en esos momentos, cuando el avión atravesaba las nubes, que los problemas parecían lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. La ruta de Toronto a Miami era una de sus favoritas. El vuelo no era largo, pero le daba suficiente tiempo para sumergirse en su trabajo y olvidar, al menos por unas horas, las cuentas acumuladas y las amenazas de Roberto Ramírez, el hombre que le quitaba el sueño desde hacía años. Lo que ella no sabía era que ese vuelo lo cambiaría todo. En medio del servicio, mientras recogía bandejas y verificaba a los pasajeros, Anna notó que se acercaba una turbulencia más fuerte. Su cuerpo estaba acostumbrado a esos sacudones, pero los pasajeros siempre se alteraban. Fue cuando el piloto anunció que todos debían permanecer sentados y con los cinturones abrochados que Anna notó a un hombre en la parte trasera del avión, mirando por la ventana, ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
Algo en su perfil llamó su atención, una sensación extraña recorrió su cuerpo, como si un instinto primitivo la alertara de un peligro que no podía identificar. Anna parpadeó, intentando alejar esa sensación de familiaridad que aquel hombre le provocaba. Continuó con su trabajo, pero sus ojos insistían en regresar al mismo punto. El avión dio un sacudón más fuerte, y Anna se apoyó en el carrito de servicio para mantener el equilibrio. El rostro de ese hombre se giró ligeramente hacia el pasillo y, en un instante, su corazón se detuvo. Era Carlos. Carlos, su esposo, dado por muerto cinco años atrás. El hombre al que había llorado, odiado y, finalmente, culpado por todas las desgracias que enfrentó desde que él “murió” en el incendio. El shock se apoderó de su cuerpo, y sus manos temblaron mientras intentaba procesar lo que estaba viendo. Parpadeó nuevamente, esperando que fuera un truco de luz o cansancio. Pero no lo era. Él estaba ahí, vivo, en el mismo vuelo que ella, como si los últimos cinco años no hubieran existido. El estómago de Anna se hizo un nudo. La turbulencia del avión reflejaba el caos que se apoderaba de su mente. ¿Cómo podía estar ahí? ¿Cómo seguía vivo? Y, más importante, ¿por qué nunca volvió? ¿Por qué la dejó sola para lidiar con las deudas, con Roberto, con la vida que se desmoronó sobre ella? Sabía que debía seguir trabajando.
Anna Salazar sentía que la vida la empujaba de un lado a otro como el viento que balanceaba las alas del avión. Azafata desde hacía cinco años, había encontrado en los cielos una fuga de las dificultades en tierra. Con cada vuelo, sentía una breve sensación de libertad. Era en esos momentos, cuando el avión atravesaba las nubes, que los problemas parecían lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. La ruta de Toronto a Miami era una de sus favoritas. El vuelo no era largo, pero le daba suficiente tiempo para sumergirse en su trabajo y olvidar, al menos por unas horas, las cuentas acumuladas y las amenazas de Roberto Ramírez, el hombre que le quitaba el sueño desde hacía años. Lo que ella no sabía era que ese vuelo lo cambiaría todo. En medio del servicio, mientras recogía bandejas y verificaba a los pasajeros, Anna notó que se acercaba una turbulencia más fuerte. Su cuerpo estaba acostumbrado a esos sacudones, pero los pasajeros siempre se alteraban. Fue cuando el piloto anunció que todos debían permanecer sentados y con los cinturones abrochados que Anna notó a un hombre en la parte trasera del avión, mirando por la ventana, ajeno a lo que ocurría a su alrededor.
Algo en su perfil llamó su atención, una sensación extraña recorrió su cuerpo, como si un instinto primitivo la alertara de un peligro que no podía identificar. Anna parpadeó, intentando alejar esa sensación de familiaridad que aquel hombre le provocaba. Continuó con su trabajo, pero sus ojos insistían en regresar al mismo punto. El avión dio un sacudón más fuerte, y Anna se apoyó en el carrito de servicio para mantener el equilibrio. El rostro de ese hombre se giró ligeramente hacia el pasillo y, en un instante, su corazón se detuvo. Era Carlos. Carlos, su esposo, dado por muerto cinco años atrás. El hombre al que había llorado, odiado y, finalmente, culpado por todas las desgracias que enfrentó desde que él “murió” en el incendio. El shock se apoderó de su cuerpo, y sus manos temblaron mientras intentaba procesar lo que estaba viendo. Parpadeó nuevamente, esperando que fuera un truco de luz o cansancio. Pero no lo era. Él estaba ahí, vivo, en el mismo vuelo que ella, como si los últimos cinco años no hubieran existido. El estómago de Anna se hizo un nudo. La turbulencia del avión reflejaba el caos que se apoderaba de su mente. ¿Cómo podía estar ahí? ¿Cómo seguía vivo? Y, más importante, ¿por qué nunca volvió? ¿Por qué la dejó sola para lidiar con las deudas, con Roberto, con la vida que se desmoronó sobre ella? Sabía que debía seguir trabajando.
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