Ella pretendió ser mi novia durante el fin de semana, pero ahora quiero que sea real

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Todo empezó como una mentira estúpida. Mi ex, Rebecca, iba a asistir a la boda de mi hermano y entré en pánico. La idea de aparecer sola, con aspecto de no haber superado mi vida, era simplemente… humillante. Así que, naturalmente, dije una pequeña mentira piadosa: que tenía una novia. Una novia despampanante y maravillosa que no podía esperar a conocer a todo el mundo.

El problema era que no tenía novia.

Entra Emma, mi mejor amiga desde la universidad. Se suponía que iba a ser mi acompañante de todos modos, así que cuando le rogué que fingiera ser mi novia durante el fin de semana, puso los ojos en blanco, me llamó idiota y luego dijo que sí.

El plan era sencillo: fingir que somos pareja, engañar a mi familia y hacer que Rebecca se arrepienta de haberme dejado. Fácil, ¿verdad?

Equivocado.

Desde el momento en que entramos a la casa de mis padres, Emma se entregó por completo a todo. Me tomó la mano, se rió de todos mis chistes estúpidos e incluso me lanzó una de esas miradas de "estoy tan enamorada de ti" durante la cena. Mi familia se lo tragó. Mi madre no dejaba de hablar efusivamente de lo lindos que éramos e incluso Rebecca arqueó una ceja como si no lo hubiera visto venir. Victoria.

Pero entonces las cosas se pusieron raras.

Al segundo día, empecé a notar lo bien que se sentía tener la mano de Emma en la mía. Lo natural que era acercarla para una foto o robarle besos rápidos en la mejilla. Cada vez que apoyaba la cabeza en mi hombro, me sorprendía sonriendo como un idiota enamorado. Se suponía que esto era falso, pero en algún momento del camino, olvidé cómo fingir.

Esa noche, después de la boda, estábamos solos en mi habitación, el resplandor de la luna se filtraba por la ventana. Emma estaba acostada en la cama, mirando su teléfono como si nada hubiera cambiado. Y tal vez para ella, nada había cambiado.

Pero para mí, todo lo tenía.

—Misión cumplida —dijo con una sonrisa burlona—. Tu ex parecía a punto de estallar. Me debes una muy grande.

Me reí, pero las palabras se me quedaron atascadas en la garganta. ¿Cómo se suponía que le iba a decir que lo que había comenzado como una actuación ahora parecía real? ¿Que no quería dejar de tomarle la mano, o hacerla reír, o fingir que era mía?

—Sí, sobre eso —dije, sentándome en el borde de la cama, con el corazón palpitando fuerte—. ¿Y si… no nos detuviéramos?

Ella levantó una ceja, confundida. “¿No detuvo qué?”

—Fingiendo —dije, sintiéndome como un completo idiota—. ¿Y si ya no tuviéramos que fingir?

Me miró fijamente por un momento, con una expresión indescifrable. Luego, una lenta sonrisa se extendió por su rostro. “Te tomó bastante tiempo”.

Y así, de repente, se acabó la simulación.