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JUEVES SANTO

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Con el Jueves Santo y una entrega total de amor de Jesús alrededor de sus amigos, comenzamos el Triduo Pascual.
Hoy Jueves Santo es la fecha en la que se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos. En ella, Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, donde Él se hace presente a través de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, y el sacramento del Orden Sacerdotal " y el mandamiento del amor.
Jesús celebra la Eucaristía donde con un mismo pan y un mismo cáliz nos deja un memorial de amor. Un amor que encierra toda una vida de servicio.
En el gesto del lavatorio de los pies hay un profundo significado de humildad: El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos, dice Jesús. La resistencia de Pedro es en muchas ocasiones nuestra propia actitud. Nos cuesta muchas veces recorrer el camino del Evangelio, que, en muchas ocasiones, nos hace pasar por momentos de “abajamientos” o de “vergüenza”.
En ese gesto, pongamos toda nuestra vida. Reconozcamos nuestras miserias y pecados y pidamos a Jesús que sepamos abrirnos a horizontes de amor, donde muchas veces tenemos que arrodillarnos para poder limpiar los pies de otros. Con dos palabras: Humildad y disponibilidad al prójimo.
Jueves Santo, día para la adoración, para reconocimiento de que Dios es Dios, Dios es amor, que nos ama sin límites con predilección por los últimos, los débiles, los pobres, los que sufren.
En la Última Cena, Jesús se entrega a sí mismo como don para la relación rota con Dios a causa del mal, llevando a plenitud el Día de la Expiación judía, lo hace rodeado de un variado grupo de discípulos, cada uno de ellos con historias de vida particulares, allí Él quiso encontrarse con ellos y dejarles su Cuerpo y su Sangre como signo de la Alianza, como el primero, el único y el último sacrificio por nuestros pecados. Allí también les encomendó conmemorarlo hasta el fin de los tiempos, es decir, hasta su regreso; sin abandonarlos, pues en cualquier lugar en el que dos o más estuviesen reunidos en su nombre: allí estaría. Rezando con ellos, entregándose una vez más. El temor y el dolor de Cristo eran nada comparados a la obra que iba a realizar luego, su sufrimiento fue lo que regó la Iglesia misionera naciente.
Es la vida concreta y práctica donde revivimos aquellas enseñanzas que nos dejó el Maestro, de su cuerpo y de su sangre brotan las fuerzas para anunciar a todos esta Buena Noticia, “el Señor nos ha elegido para que sepamos decir al cansado, al desesperanzado, al triste, al abatido, una palabra de aliento
Esa es la misión que nos ha dejado, y para la cual nos impulsa con su Espíritu Santo, y es para ella para la que son necesarios nuestros sacerdotes, guías de la comunidad peregrina, “el sacerdote es el hombre que perdona, que celebra, que ama y que sirve”; esto instituyó Cristo antes de dejar a sus discípulos: la labor apostólica de quienes conducirían a la grey hacia el reencuentro al final de los tiempos.
Toda la Semana Santa es una gran celebración del amor de Dios por su pueblo, por todos y cada uno de quienes tienen el corazón dispuesto a escucharlo y dejarlo habitar en él. Es un tiempo en el que no dejamos de hacer lo que hacemos, de ser quienes somos, pero sí en el que el misterio supera nuestros egoísmos y debilidades, revistiéndonos del vestido de bodas para participar dignamente del Gran Banquete ofrecido por el Creador.
Hoy Jueves Santo es la fecha en la que se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos. En ella, Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, donde Él se hace presente a través de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y su Sangre, y el sacramento del Orden Sacerdotal " y el mandamiento del amor.
Jesús celebra la Eucaristía donde con un mismo pan y un mismo cáliz nos deja un memorial de amor. Un amor que encierra toda una vida de servicio.
En el gesto del lavatorio de los pies hay un profundo significado de humildad: El que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos, dice Jesús. La resistencia de Pedro es en muchas ocasiones nuestra propia actitud. Nos cuesta muchas veces recorrer el camino del Evangelio, que, en muchas ocasiones, nos hace pasar por momentos de “abajamientos” o de “vergüenza”.
En ese gesto, pongamos toda nuestra vida. Reconozcamos nuestras miserias y pecados y pidamos a Jesús que sepamos abrirnos a horizontes de amor, donde muchas veces tenemos que arrodillarnos para poder limpiar los pies de otros. Con dos palabras: Humildad y disponibilidad al prójimo.
Jueves Santo, día para la adoración, para reconocimiento de que Dios es Dios, Dios es amor, que nos ama sin límites con predilección por los últimos, los débiles, los pobres, los que sufren.
En la Última Cena, Jesús se entrega a sí mismo como don para la relación rota con Dios a causa del mal, llevando a plenitud el Día de la Expiación judía, lo hace rodeado de un variado grupo de discípulos, cada uno de ellos con historias de vida particulares, allí Él quiso encontrarse con ellos y dejarles su Cuerpo y su Sangre como signo de la Alianza, como el primero, el único y el último sacrificio por nuestros pecados. Allí también les encomendó conmemorarlo hasta el fin de los tiempos, es decir, hasta su regreso; sin abandonarlos, pues en cualquier lugar en el que dos o más estuviesen reunidos en su nombre: allí estaría. Rezando con ellos, entregándose una vez más. El temor y el dolor de Cristo eran nada comparados a la obra que iba a realizar luego, su sufrimiento fue lo que regó la Iglesia misionera naciente.
Es la vida concreta y práctica donde revivimos aquellas enseñanzas que nos dejó el Maestro, de su cuerpo y de su sangre brotan las fuerzas para anunciar a todos esta Buena Noticia, “el Señor nos ha elegido para que sepamos decir al cansado, al desesperanzado, al triste, al abatido, una palabra de aliento
Esa es la misión que nos ha dejado, y para la cual nos impulsa con su Espíritu Santo, y es para ella para la que son necesarios nuestros sacerdotes, guías de la comunidad peregrina, “el sacerdote es el hombre que perdona, que celebra, que ama y que sirve”; esto instituyó Cristo antes de dejar a sus discípulos: la labor apostólica de quienes conducirían a la grey hacia el reencuentro al final de los tiempos.
Toda la Semana Santa es una gran celebración del amor de Dios por su pueblo, por todos y cada uno de quienes tienen el corazón dispuesto a escucharlo y dejarlo habitar en él. Es un tiempo en el que no dejamos de hacer lo que hacemos, de ser quienes somos, pero sí en el que el misterio supera nuestros egoísmos y debilidades, revistiéndonos del vestido de bodas para participar dignamente del Gran Banquete ofrecido por el Creador.
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