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¿Qué hacer cuando siento que soy el único que hace en mi equipo de trabajo?
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¿Qué hacer cuando siento que soy el único que hace en mi equipo?
Ayer tuve una conversación con una amiga investigadora que hace parte de un equipo de siete u ocho personas altamente competentes. A pesar de contar con todas las habilidades necesarias, mi amiga expresó su frustración al sentir que siempre era ella, junto con otras dos o tres personas, quienes siempre daban las señales, indicaban qué hacer, ponían orden e invitaban a los demás a la acción. Esta situación la llevaba a sentir que trabajaba para el equipo sin ser la jefa directa y que los demás no aportaban todo lo que podían.
Esta realidad no es ajena a muchos equipos de trabajo, incluso en aquellos conformados por personas competentes. La pregunta clave es: ¿cómo resolvemos esto? ¿Cómo logramos incentivar la interacción y participación de todo el colectivo, reduciendo la frustración de quienes naturalmente tienden a movilizar al grupo?
La respuesta, en mi experiencia , radica en un concepto sencillo: permitir que el silencio actúe. Esto implica, en primer lugar, dar espacio al grupo para que resuelva las cosas sin nuestra participación. Aunque puede resultar incómodo para quienes nos gusta movilizarnos y participar activamente, ese silencio puede motivar a los demás a actuar y proponer ideas.
En segundo lugar, el silencio nos brinda la oportunidad de lanzar preguntas que permitan aflorar las motivaciones intrínsecas de las personas, aquellas que realmente nos mueven a la acción. Es fundamental generar una conversación clara sobre qué mueve a cada individuo y al equipo en su conjunto, preguntando y permitiendo que surge del silencio en la respuesta. Esto nos ayudará a comprender mejor las razones detrás de la participación o falta de ella.
Por último, es crucial reflexionar sobre nuestra propia agencia y estilo de participación. Si somos personas con personalidades dominantes que siempre opinan y participan, podemos estar bloqueando inadvertidamente la participación de los demás. La autorregulación en nuestra forma de interactuar en un grupo es clave. A veces, el silencio y dejar que otros participen, evitando imponer nuestra voz y sabiendo administrar cuándo decir qué, puede permitir que afloren las capacidades y talentos de los demás.
Ayer tuve una conversación con una amiga investigadora que hace parte de un equipo de siete u ocho personas altamente competentes. A pesar de contar con todas las habilidades necesarias, mi amiga expresó su frustración al sentir que siempre era ella, junto con otras dos o tres personas, quienes siempre daban las señales, indicaban qué hacer, ponían orden e invitaban a los demás a la acción. Esta situación la llevaba a sentir que trabajaba para el equipo sin ser la jefa directa y que los demás no aportaban todo lo que podían.
Esta realidad no es ajena a muchos equipos de trabajo, incluso en aquellos conformados por personas competentes. La pregunta clave es: ¿cómo resolvemos esto? ¿Cómo logramos incentivar la interacción y participación de todo el colectivo, reduciendo la frustración de quienes naturalmente tienden a movilizar al grupo?
La respuesta, en mi experiencia , radica en un concepto sencillo: permitir que el silencio actúe. Esto implica, en primer lugar, dar espacio al grupo para que resuelva las cosas sin nuestra participación. Aunque puede resultar incómodo para quienes nos gusta movilizarnos y participar activamente, ese silencio puede motivar a los demás a actuar y proponer ideas.
En segundo lugar, el silencio nos brinda la oportunidad de lanzar preguntas que permitan aflorar las motivaciones intrínsecas de las personas, aquellas que realmente nos mueven a la acción. Es fundamental generar una conversación clara sobre qué mueve a cada individuo y al equipo en su conjunto, preguntando y permitiendo que surge del silencio en la respuesta. Esto nos ayudará a comprender mejor las razones detrás de la participación o falta de ella.
Por último, es crucial reflexionar sobre nuestra propia agencia y estilo de participación. Si somos personas con personalidades dominantes que siempre opinan y participan, podemos estar bloqueando inadvertidamente la participación de los demás. La autorregulación en nuestra forma de interactuar en un grupo es clave. A veces, el silencio y dejar que otros participen, evitando imponer nuestra voz y sabiendo administrar cuándo decir qué, puede permitir que afloren las capacidades y talentos de los demás.